lunes, 4 de enero de 2016

En recuerdo de Santiago Fernández Ardanaz




A la muerte de Santiago Fernández Ardanaz
His life was gentle, and the elements
So mixed in him that Nature might stand up
And say to all the world, ‘This was a man!’
                                                                                                                                                        

Tras una jornada de extenuante calor del mes julio de 2015, a pocos días de celebrar su onomástica, acompañado por su mujer y sus dos hijas, presente constantemente en la memoria de sus amigos a algunos de los cuales incluso había recibido y con quienes solía conferenciar horas enteras hasta que el agravamiento de su estado lo impidiera, extenuado en la cama de un hospital de Alicante por una enfermedad contra la que no podía ganar y ante la que no hizo la menor concesión, con la serenidad de un sabio, Santiago Fernández Ardanaz moría. 





“Moría”, no obstante, resulta una expresión demasiado pobre, desafortunada e inexacta; los hombres como Santiago Fernández Ardanaz no pueden morir y su descenso al más oscuro de los valles es solo aparente. Una aproximación más detallada a su extensa obra permitirá en el futuro a los especialistas establecer y valorar cuáles fueron las innegables aportaciones que hizo al periodismo, a la historia de las religiones y a la antropología desde perspectivas complementarias no siempre justamente valoradas por un mundo académico de eruditos monódicos que no suelen entender de polifonías; pero basta con una mirada superficial a su trayectoria vital para ver que fue un hombre que en su camino dejó un legado de cariño y amistad entre quienes le conocieron, al tiempo que sentó las bases para el desarrollo moderno de los estudios de Periodismo y de Antropología en Murcia y Alicante. Era una persona con la mirada elevada, un hombre de espíritu que nunca se aisló en la torre de marfil de sus pensamientos ni se escudó detrás de los libros. Buscó siempre el camino de la rectitud y llevar a cabo sus ideas pensando en el bien de todos y la máxima colaboración con todos. Fue constante, fue fiel a sus valores; en un mundo de astros móviles y meteoros brillantes pero fugaces, se parecía a la estrella polar, fija en la bóveda celeste. 

Aunque confiaba siempre y no temía ningún poder de este mundo, el éxito no le sonrió en momentos decisivos; de hecho cosechó amargas decepciones y derrotas en las que su nombre intachable surgía pese a todo con la reputación que da siempre la honradez derrotada en lucha desigual; porque en el mundo en el que la educación y la cultura se han convertido en negocio de mercaderes y muchos se someten únicamente a los dictados de la rentabilidad económica, una visión de la vida como la de Santiago Fernández Ardanaz, tenía muchas dificultades para salir indemne. 

Por ello no deja de ser significativo que en sus últimos días orientara su interés a El Quijote y al concepto cervantino de libertad. Quizá algún día vean la luz como libro las líneas que trabajosamente vertió a mano sobre el paciente papel durante los días de su convalecencia. 
Quizá no sea casualidad que en el ocaso de su vida volviera a Cervantes, que era también un pensador completo, difícil de constreñir a un género concreto y que era el más moderno de sus contemporáneos. Había muchos aspectos cervantinos en Santiago Fernández Ardanaz, él mismo era un caballero de la triste figura que se había enfrentado a gigantes, un apóstol y un amigo de la humanidad, incapaz de odiar a nadie, con una fe inquebrantable en la dignidad de las personas, y que tenía esa nobleza innata de quien de verdad es hijo de sus obras. 




En su hermosa casa de Alicante, estando muy enfermo, acompañado cada instante por su mujer, siempre que podía cultivaba su huerto tanto como cultivaba la amistad recibiendo a sus próximos, y así supo ir separándose poco a poco de un mundo al que amaba. Al final no digamos que nos ha abandonado aunque su nombre esté entre los difuntos, pues quedan sus obras, su magisterio, su recuerdo y la imagen de su vida; no digamos que nos ha abandonado, pues aquí no sirven las expresiones corrientemente aplicadas a otro cualquiera, sino tan solo digamos que nos ha precedido a otro lugar de aguas tranquilas y verdes praderas.

http://esquelas.laverdad.es/esquela/dr-don-santiago-fernandez-ardanaz-15733.html
http://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=123664
http://gacetareligiosa.blogspot.com.es/2015/07/en-recuerdo-de-santiago-fernandez.html
http://revistas.um.es/rmu
http://ababol.laverdad.es/literatura/6205-tras-el-espiritude-cervantes


domingo, 5 de octubre de 2014

Los orígenes de Polonia



El pensamiento histórico de Adam Mickiewicz*
[* Texto publicado originariamente en C. Taracha - P.  de la Fuente, Entre Oriente y Occidente. Actas del Primer Congreso de Hispanistas, Lublin 2014, pp. 31-42]





El encuentro entre Mickiewicz y Lelewel: Polonia y la causa de la libertad a lo largo de la Historia
Adam Mickiewicz (1798-1855)[1] sigue siendo un poeta relativamente poco conocido entre el público de lengua española amante de la literatura del romanticismo europeo. Pero además el autor de los célebres Sonetos de Crimea[2] también muestra una clara preocupación por la historia no sólo en su obra poética, sino también en obras históricas y en su labor publicista mucho menos conocidas. El pensamiento histórico de Mickiewicz, objeto del presente trabajo, no puede separarse del de su amigo el gran historiador Joachim Lelewel (1786-1861)[3]. Cuando en 1848 se reunió en Praga el Congreso Eslavo, este escribió:

Cada vez que a lo largo de mi vida he tomado en consideración el pasado eslavo, sus elementos propios, los que le son claramente específicos, estos me llenan de admiración[4].


Lelewel se pronuncia contra aquellos que quieren adoptar en Polonia modelos políticos extranjeros, olvidando la tradición nacional y cree en la continuidad histórica de Polonia, así como en su integridad moral. Comparte con su amigo Mickiewicz la idea de que Polonia debe defender y propagar unos valores esenciales, propios, que son los que han constituido su historia, gracias a lo cual ha logrado sobrevivir a la ocupación extranjera.
De acuerdo con esta concepción, la nación deja de identificarse necesariamente con una clase gobernante, ya que aquella porta valores que en sí mismos son eternos y claramente identificables desde el origen y que nacen con el pueblo. En esta comunidad nacional todas las clases sociales se comprometen y se unen (o deberían hacerlo) en aras del bien común. En efecto, Lelewel identifica la nación con los campesinos y la pequeña nobleza. En su ideal histórico la base la constituye el pueblo, lo que puede excluir llegado el caso a la aristocracia; de esta manera se opone por igual a la tradicional historiografía feudal y a la historiografía racionalista, basada en un modelo en el que las grandes individualidades (sabios, legisladores o gobernantes) son los motores de la historia. Es esta una visión de la historia compartida entre otros por Herder, Thierry y Michelet[5]. Así para Lelewel los grandes monarcas de la historia de Polonia son grandes no por sí mismos, sino por haber encarnado las virtudes de su tiempo, se han hecho portavoces de los deseos de la comunidad, están a la cabeza del empuje nacional, son la vanguardia del pueblo.
Esta concepción de la historia nacional supone el descubrimiento de la burguesía como sujeto histórico en la Europa occidental, pero en Polonia esta concepción incluía sobre todo a los campesinos. A su vez el pueblo no sería sino la fuerza silenciosa de la cual se nutre la nación y el Estado. Para Lelewel resulta evidente que se ha olvidado al gran protagonista de la historia de Polonia, el pueblo y su una antiquísima idea de libertad. En este sentido hay que destacar un trabajo de Lelewel aparecido en francés con el título La Constitución primitiva de Polonia, (Constitution primitive de la Pologne, sa démocratie de paysans)[6]. Lelewel se esfuerza en demostrar cómo la adaptación de modelos extranjeros (como el feudalismo) se hizo a costa de Polonia (con nuevas formas de opresión económica, de ahí que la cuestión agraria está en el centro de las preocupaciones). Esto explicaría rebeliones en las que la integridad nacional de Polonia se habría visto amenazada, como en la lucha entre el obispo de Cracovia Stanislas (en la segunda mitad del siglo XI) de parte de la aristocracia y Boleslaw Smialy representando a las fuerzas populares. El historiador se convierte así en el campeón del pueblo, investigador, patriota y hombre del pueblo; según sus propias palabras:

Ha llegado la hora de corregir los abusos, reparar todas las injusticias que han sido hechas a estos hombres oprimidos, degradados, ultrajados a lo largo de tantos siglos, a estos hombres semejantes a vosotros, vuestros compatriotas, a los que la religión y la moral nos compelen a amar.[7]


Lelewel se apoya en el pensamiento de Jules Michelet y en su interés por el pueblo, para ambos las clases denominadas inferiores, que se consideran dominadas por sus instintos, serían precisamente por su cercanía al origen, capaces de acción. Para Michelet la inspiración popular contiene la misma luz que la reflexión y la ciencia. Se trata de una historiografía opuesta a los historiadores filósofos del siglo XVIII que ven el pasado dirigido por la acción racional de una personalidad, aquí la idea principal es la acción de fuerzas colectivas y espontáneas[8]. El historiador descubre estas fuerzas no sólo en las fuentes históricas habituales, sino también en la tradición nacional. Efectivamente, Mickiewicz, a propósito de esto escribe a Michelet defendiendo

la espontaneidad del alma en relación a las necesidades de la época y la marcha universal de las ideas (en una carta de 1843)[9].

El protagonista es el pueblo, que tiene personalidad propia, verdadero actor de la historia. El historiador es también un poeta, un vates, un nuevo Edipo que explica sus propios enigmas (según anotación del propio Michelet)[10].

El trabajo histórico de Lelewel había motivado la admiración de estudiantes como Adam Mickiewicz y Leonard Chodzko en la universidad de Vilna. Lelewel y Mickiewicz se profesaran mutuo y sincero aprecio, así como admiración por su trabajo. Mickiewcz creew que Lelewel, obligado a alejarse de la docencia en 1824, es el único historiador capaz de hacer una verdadera síntesis de la historia completa de Polonia, considerándolo ya en 1828 como el único historiador en el sentido auténtico de la palabra. Y Lelewel por su parte se considera el descubridor y hasta el protector de Mickiewicz, pues incluso interviene para asegurar su puesta en libertad en abril de 1824 cuando el poeta estaba preso[11]. En la época de Varsovia anterior a su exilio, Lelewel se reafirma metodológicamente e insiste en buscar nuevas perspectivas y jugando con el sentido de la afirmación del poema Grazyna de Mickiewicz, afirma: “Presto poca atención a los estudios de los demás y medito mis propios proyectos desde lo más profundo de mi espíritu”[12]

También Mickiewicz acude a las profundidades de su espíritu y del espíritu del pueblo en el momento de descubrir su misión de poeta, que al igual que la del historiador consiste en profesar y comunicar el ideal polaco eterno, y precisamente en una carta a Lelewel, le escribe el 23 de marzo de 1832:

Vivo únicamente con la esperanza de que no habré cruzado las manos sobre el pecho tendido en mi ataúd sin antes haber logrado algo[13]

Mickiewicz había alabado en nombre de los filómatas la comprensión histórica de Lelewel en un poema discursivo titulado A Joachim Lelewel (“Do Joachima Lelewela”) dedicado al gran historiador, escrito en diciembre de 1821 con motivo del regreso de Lelewel a la Universidad de Vilna desde Varsovia. Mickiewicz encomiaba la dedicación a la investigación histórica y la búsqueda de la verdad, la erudición y el amor por la patria. Se le elogiaba por su obra sobre teoría y método de la historia, por sus estudios anticuaristas y por su trabajo en la biblioteca nacional de Varsovia[14]. El ideal del historiador nacional polaco, tal y como lo entiende Mickiewicz, ha sido encarnado por Lelewel, cuya fama “traspasado los límites establecidos por Chrobry y se ha revelado a los prudentes teutones y a lo inteligentes franceses”[15]; el amor por la verdad, la capacidad de alejarse de los prejuicios establecidos son cualidades necesarias para todos y más aún para el historiador:  

¡Oh Lelewel! Cada uno de nosotros podrá decir con justo orgullo que posees todas estas cualidades; cumpliendo hoy con las santas funciones del historiador, dinos lo que fue, lo que es y lo que será[16].

El devenir histórico aparece como una confrontación eterna entre opresores y resistentes, que ya empezó en el alba de la historia entre Oriente y Occidente, entre los monumentos a la tiranía persa y el mundo razonable y político de los griegos, una perpetua lucha de voluntades primordiales entre la opresión y la libertad que se haría visible hasta los mismos días del poeta en los que Rusia encarnaba el despotismo asiático. En gran medida el destino que tuvieron que sufrir después los filómatas, acusados en 1823 de actividades contrarias a Rusia, reveló la escasa autonomía universitaria y la creciente injerencia zarista[17].

Años después, estando ambos intelectuales en el exilio francés, en 1832, Lelewel y Mickiewicz, que se habían hecho sospechosos ante el gobierno de Luis Felipe, escribieron conjuntamente un llamamiento “A nuestros hermanos rusos” que se publicó en la prensa francesa y que apelaba al origen eslavo común, distinguiendo netamente entre el pueblo ruso, hermanos pertenecientes a la gran familia de la humanidad, y los déspotas y tiranos que lo gobernaban. El llamamiento enfatizaba, cuando los ecos de la revolución decembrista no se habían extinguido aún, el origen étnico común y exaltaba la “antigua libertad eslava”[18]

La Polonia eterna y su historia en la obra poética e histórica de Mickiewicz

En primer lugar es la historia contemporánea de su país la que constituye la atención central del poeta. El triste destino de Polonia bajo la dominación rusa fue motivo de preocupación de Mickiewicz, como se refleja en su obra dramática[19]. Su hijo Ladislas recuerda en la primera línea del prólogo a la edición francesa: “No hay otra historia tan dramática como la de Polonia”. En la tercera parte de Los antepasados que fue escrita en último lugar (después del fracaso de la insurrección de noviembre), el poeta orienta su pensamiento a los destinos nacionales de Polonia. Si Gustav ha muerto, ahora el autor hace entrar en acción a Konrad (homónimo de su héroe de una obra anterior, Konrad Wallenrock); y lo hace con evidentes fines nacionalistas, proclamando a Polonia el nuevo Cristo de Europa, una nación mártir destruida por el despotismo ruso (un planteamiento nacional-mesiánico que no aparece en Lelewel). Pero sin duda el testimonio más sobresaliente de una nación desaparecida en la corriente del tiempo es Pan Tadeusz, de 1834, escrita durante el exilio, del que se ha dicho que es la “única epopeya de su siglo”[20]. La historia, como es bien sabido, narra la historia de amor entre Tadeusz y Zosia al tiempo que estalla un enfrentamiento entre los clanes de los Soplica y los Horeskos bajo la dominación rusa antes de la intervención napoleónica y la proclamación del Gran Ducado. Pero la epopeya ilustra en realidad la pérdida de un paraíso, de una “Arcadia lituana”[21], como el propio poeta dice en su celebérrima invocación:

¡Lituania!, ¡eres como la salud, patria mía!
Pues no te conoce jamás sino quien te haya perdido primero.
En todo tu esplender te apareces ante mí hoy
Por ello voy a cantarte, ¡pues te añoro![22]

Sin embargo, no solamente las preocupaciones más contemporáneas de la historia de Polonia forman parte de los intereses del poeta; también la primitiva historia de su país adquiere no poca importancia en la obra de Mickiewicz. El poeta siente devoción por la antigua historia polaca, recuperando y reelaborando no pocos elementos arcaizantes de la tradición popular. Célebres son sus Konrad Wallenrock[23] (la historia del maestre de la orden teutónica que la traiciona al descubrir sus raíces lituanas) y Grazyna[24] (la princesa lituana que se hace pasar por hombre para encabezar la batalla contra las tropas teutonas)[25]. Las luchas entre la orden teutónica y los heroicos lituanos no son ajenas a los convencionalismos de la literatura histórica de la época. El propio poeta añadió una serie de notas explicativas a sus poemas, muy interesante es el caso de Grazyna, en que se informa al lector sobre la ubicación de Nowgrodek, o sobre ciertos pormenores de la orden teutónica apoyándose para ello en ediciones modernas de documentos, como el Corpus Historicorum medii avei, en edición de J.G. Eccard (publicada en Leipzig el año 1874) o la Preussens ältere Geschichte [Historia antigua Prusia] de August von Kotzebue (publicada en Riga el año 1808) o la obra de G. Alexanri, Rerum polonicarum, (publicado en Frankfort el año 1584); asimismo se aprecia el interés del poeta por los bardos polacos, los wajdelotas, sacerdotes cuya misión era celebrar la fama de los antepasados en las fiestas públicas con cuentos y canciones. Para ello el autor recurre a la crónica de Vicente de Maguncia y las informaciones aportadas por J. N. Becker, en su Versuch einer Geschichte der Hochmeister [Ensayo de una historia de los grandes maestres], publicado en Berlín en 1798[26].

Los elementos sobrenaturales tan del gusto romántico aparecen igualmente en poemas del autor como Switez[27], o El rapto[28]. En la primera composición se alude al evocador lago Switez, frecuentado por espíritus; en El rapto se trata el tema romántico del amor más allá de la muerte. La amada transgrede todos los límites establecidos por la religión al tratar de sacar del mundo de los muertos al amado, que ya había muerto. La presencia de una hechicera anticipa un terrible final. En efecto, es un ritual nigromántico el que se realiza mediante la confección de un anillo con los cabellos del amante muerto, que son unidos al anillo de la prometida y mezclados con la sangre del brazo izquierdo de la doncella; el paso final consiste en soplar sobre ambos anillos y pronunciar un conjuro. El amado, efectivamente, vuelve del Más Allá, pero ahora es un mal espíritu que lleva consigo y por la fuerza a la mujer a su propia tumba. Este interés por las creencias relacionadas con los muertos aparece de nuevo en Los antepasados[29] (publicada en 1823),  en cuya segunda parte los campesinos lituanos intentan garantizar el paso al cielo de las almas que penan como fantasmas entre este mundo y el otro. En esa noche de las ánimas un oficiante reúne a la gente en torno a medianoche en el interior de una capilla abandonada. La ceremonia la preside un guslarz, o “mago” rural que toca un instrumento musical de una cuerda denominado gusla. Este gurslarz preside los velatorios y dirige las operaciones mágicas y establece las ofrendas que puedan calmar a los espíritus. Habiendo total oscuridad y cerrando puertas y ventanas se invoca a las ánimas que no han alcanzado el cielo aún, dichas almas ya ardan en brea o estén en el fondo de un río o incluso aprisionadas en un árbol, para todas estas almas el oficiante ha preparado ofrendas, oraciones, licores y alimentos. Aparecen una serie de almas en pena, como los fantasmas de dos niños que no pueden ir al cielo porque nunca han conocido el dolor; el de un hombre cruel a quien los pájaros perseguían y le impedían comer o beber cualquiera de las ofrendas que se le hagan; una pastora llamada Zosia cuya culpa habría sido no corresponder el amor de nadie; finalmente es el protagonista de la cuarta parte de la obra, Gustav, el que aparece en su forma espectral tras haber cometido suicidio por amor. Independientemente de las interpretaciones que los críticos han hecho de esta obra (en clave nacionalista, estética o metafísica) lo cierto es que estos personajes representan los típicos espíritus en pena, peligrosos, por tanto y con los que hay reconciliarse ritualmente. Sin duda alguna, aquí el poeta comparte la visión romántica según la cual el pueblo es el origen de la nación, de Mickiewicz se puede decir prácticamente lo mismo que de Kazimierz Wladislaw Wójciki (1807-1879): “… el escritor polaco se siente aún más fuertemente impulsado a buscar sus orígenes, su identidad y sus creencias, porque vive en una época en la que su país sufre una ocupación extranjera”[30]

Pero sin duda, donde mejor vemos la concepción histórica la antigua Polonia, los valores eternos del pueblo es en su obra Los primeros siglos de Polonia, publicada en 1868[31]. En ella se materializan en prosa histórica los ideales nacionalistas del poeta polaco. Los ideales eternos que han movido a la humanidad estarían presentes en los eslavos antiguos:

De las profundidades de Asia, anteriores a la época de Abraham, surge una raza nacida de la posteridad de Jafet, a la que se llamará raza eslava. [los eslavos antiguos practicaban] las creencias inmemoriales en un solo Dios, creador del mundo; de un espíritu que se vuelve malvado y se enfrenta a Dios; de la bondad primitiva del hombre, de su antiguo poder, de su caída y consecuentemente su necesidad de implorar a Dios mediante sacrificios; y en fin la esperanza de un porvenir mejor. Todo este tesoro de tradiciones ha sido depositado en la memoria de los antiguos. De esta forma lo más antiguos patriarcas se convirtieron en la ley viva, pues conocían mejor que nadie el bien y el mal, el pasado y el futuro[32].

La constitución ancestral de los antiguos polacos aparece con trazos puros y sencillos, de forma casi idílica hasta la llegada de hordas invasoras en tiempos históricos. Además de la Arcadia lituana de Pan Tadeusz hay otra Arcadia: la patria ancestral; en esta obra histórica vemos las antiguas estirpes polacas en una época ante-histórica haciéndose sedentarias:

En la fundación de colonias se observaban normas también comunes a otros pueblos antiguos. En la tierra elegida para ser habitada se interrogaba a la divinidad mediante presagios o czudy. En seguida se marca una fosa en el suelo con la ayuda de un arado, el espacio así marcado se llama czudo. Todos aquellos que estuvieran más allá del czudo eran demonizados czudy, es decir, enemigos.[33]


La colonia primitiva eslava tendría tres además elementos primordiales, el uroczysko (o palatino), situado en un bosque y lugar para los sacrificios a la divinidad y la consulta de los augures (uroks), así como para juzgar las disputas o asuntos pendientes (roks). Desde aquí se convocan las asambleas. Otro elemento constitutivo sería el hoyszcze rodeado de una empalizada es una especie de capitolio y sería el centro político de la colonia (autoridad y defensa). La colonia se completaría con una necrópolis, con denominaciones tales como zale (lamento), zgliszcze (ruina) o kurhany (túmulo). El panorama lo completan los konyny o santuarios, situado en los límites de la colonia, donde se publicaban las leyes o zakony. Cuando la colonia crecía, se fundaba una swoboda o segunda colonia que reproducía el patrón anterior. Esta idílica fase primigenia de la cultura de la más temprana edad de la Eslavia se vio perturbada, antes como ahora parece querer decir el poeta, con las invasiones de pueblos más crueles y las influencias foráneas:

Varias de estas colonias desaparecerán ante el empuje de pueblos forasteros. Los colonos, dispersos, vagando por las estepas, se confundirán con los montaraces, o bien, una vez que están muy alejados de su punto de origen, formarán asentamientos particulares que degenerarán con el tiempo, recayendo en el estado salvaje y adoptando un género de vida extranjero[34].


Para el historiador y poeta, en una obra titulada Los eslavos y publicada tardíamente, las instituciones políticas son la expresión de un pueblo, son la producción del espíritu nacional y nos dan la medida de su fuerza[35]. Con ello su discurso se hace contemporáneo, más polemista. Su objetivo es el país que subyuga su patria: Rusia. Por contraposición a las instituciones polacas, el carácter de las instituciones rusas es el despotismo oriental, mientras que Polonia por el carácter de una nación libre, cuyos rasgos se anticipan en los antiguos países de estirpe eslava ya en el siglo VI. Mientras que el ruso está preparado como soldado para servir a lo que casi es un soberano teocrático, el polaco es depositario de la antigua tradición de la libertad:

Polonia, con sus instituciones tan variadas y que a algunos parecerán sin duda llamativas, constituye la oposición a Rusia; y desde los tiempos legendarios en que un rey campesino era elegido en una celebración con las gozosas aclamaciones de sus compatriotas libres no hemos visto jamás que en este país ningún individuo haya regido los destinos del imperio…El germen de la nación polaca es colegiado, se trata de la reunión de una asamblea de hombres libres (sejmik)[36].

Mickiewicz, historiador.
Adam Mickiewicz tiene una clara preocupación por la Historia, que es perfectamente visible en su obra poética. Merece la pena subrayar también la producción propiamente histórica del poeta en obras que no deben ser juzgadas por su metodología histórica o por su solvencia científica, sino por ser el reflejo de una época y un exponente notable de la historiografía decimonónica. El interés histórico de Mickiewicz se refleja también en sus trabajos publicistas, que son como es natural, más militantes que científicos y en los que su concepción de la historia (entendida como la comunidad nacional libre en lucha contra la opresión) queda claramente definida. En gran medida Mickiewicz presenta clara comunidad de pensamiento con Joachim Lelewel y ambos se encuadran perfectamente con autores como Herder entre los filósofos o Jules Michelet entre los historiadores. Los escritos de Lelewel y de Mickiewicz contribuyeron a crear una filosofía nacional de corte histórico, según Baár, este pensamiento cristalizó en los años treinta del siglo XIX, en parte era una adaptación de la filosofía clásica alemana, “especialmente del hegelianismo, a las necesidades de la autodeterminación cultural polaca. Su propósito fue crear una filosofía que fuera por igual universal y nacional”[37] Si bien Mickiewicz estaba más preocupado por defender, mediante el cristianismo, la vinculación de la cultura polaca con Europa occidental, cosa que no parecía preocupar especialmente a Lelewel[38].




[1] Datos biográficos en Marie Kapuscienska y Wanda Markowska (ed.), Adam Mickiewicz. His Life and work in Documents, Portraits and Illustrations, Varsovia 1956; su relación con Goethe en R. A. Kosowski, ....Und Goethe lächelte. Adam Mickiewicz in Weimer. Reisebriefe von Edward Odyniec, Wiesbaden 2008; Biografía actualizada R.R. Koropeckyj, Adam Mickiewicz, the Life of a Romantic, Cornell UP 2008
[2] Adam Mickiewicz, Sonetos de Crimea, traducción de Vicente Tortajada, Sevilla 2000.
[3] M. Baár, M. Baár, Historians and Nationalism. East-Central Europe in the nineteenth Century, Oxford 2010, datos biográficos con bibliografía actualizada 19-15
[4] Marian H. Serejski, Joachim Lelewel (1786-1861). Sa vie et son oevre, Varsovia 1961, p. 80.
[5] Serejski, op.cit., p. 81.
[6] Serejski, op.cit., p. 83, n. 27.
[7] J. Lelewel, Histoire de Pologne I, 340;  Serejski, op.cit, 85, n. 32.
[8] Serejski, op. cit., 16,  n.11.
[9] Michelet, Journal, citado por Serejksi op.cit., 17, n. 13.
[10] Citado por Serejski, op. cit., p. 17, n. 16.
[11] M. Gardner, Adam Mickiewicz, the national poet of Poland, Nueva York 1971, 37
[12] Serejski, op. cit., 47.
[13] Gardner, op. cit., 90,  n.2
[14] J.S.Skurnowicz, Romantic Natinalism and Liberalism: Joachim Lelewel and the Polish National Idea, Nueva York 1981, p.34.
[15] Adam Mickiewicz, “Épitre a Lelewel”, en Adam Mickiewicz, Oevres Poétiques Complètes (traducción de Christien Ostrowski) París 41859, vol. I, p. 56
[16] Adam Mickiewicz, loc.cit., p. 59.
[17] Lelewel fue expulsado de la universidad, el incidente supuso “el fin de la política polaca educativa y autónoma en las provincias occidentales del Imperio ruso”, v. M. Baár, Historians and Nationalism. East-Central Europe in the nineteenth Century, Oxford 2010, 84-86.
[18] J. S. Skurnowicz, op.cit., pp. 80-81.
[19] Adam Mickiewicz, Drames polonais. Les confédérés de Bar, Jacques Jasinski ou Les deux Polognes, París 1867.
[20]  G. Brandes, Poland. A study of the Land, People and Literature, Londres 1904, p. 282;
[21] En palabras de Kallenbach, citado por Gardner, op. cit. 155, n.1; también A. L. Manzanero El drama romántico polaco, Pontevedra, 2006; la mención a Lituana ha sido explicada muchas veces. Ante la amenaza rusa y ante la inminente muerte del rey Segismundo Augusto, polacos y lituanos proclamaron la unón de los dos estados el primero de julio de 1569, v. J. Meuvret, Histoire des Pays Baltiques. Lituanie, Lettonie, Estonie, Finlande, Paris 1934, 97-98.
[22] Adam Mickiewicz, Thadee Sopilça. Le dernier procés en Lithuanie (en Adam Mickiewicz, Oevres Poétiques Complète,  traducción de Christien Ostrowski, vol. II París 1859) Pan Tadeusz or The Last Foray in Lithuania, Nueva York 2009 (Londres y Toronto 1917); Herr Thaddäus oder der letzte Eintritt in Lithauen, (ed. de Siegfried Lipiner), Leipzig 1898.
[23] Adam Mickiewicz:, Konrad Wallenrock, en Oevres Poétiques Complète,  traducción de Christien Ostrowski, vol. I París 1859,  pp. 6-58; Konrad Wallenrock, en poetische Werke, (traducción de A. E. Rutra), I. Bd., Múnich 1919, p. 195-276.
[24] Adam Mickiewicz:, Grajina, en Oevres Poétiques Complète,  traducción de Christien Ostrowski, vol. I París 1859,  pp. 389-420; Grazyna, en poetische Werke, (traducción de A. E. Rutra), I. Bd., Múnich 1919, p. 141-194.
[25] Estos elementos deliberadamente arcaizantes de “amazonismo” en torno las mujeres lituanas fueron compartidos también por el historiador y erudito lituano Simonas Daukantas, v. Baár, op.cit., p.274.
[26] Adam Mickiewicz, Oevres Poétiques Complètes (traducción de Christien Ostrowski) París 41859, vol. I, pp. 469-478; Adam Mickiewicz: poetische Werke, (traducción de A. E. Rutra), I. Bd., Múnich 1919, pp. 188-190.
[27] Adam Mickiewicz, loc.cit., p. 6. Para ver su clara conexión con el folclore europeo, por ejemplo en la obra de Heinrich Heine v. Adam Mickiewicz, Oevres Poetiques Completes, traducción de Christien Ostrowski, vol. I, París 1859, pp. 421-422, n. 3.
[28] Adam Mickiewicz, Werke, (traducción de A. E. Rutra), I. Bd., Múnich 1919, p. 63.
[29] Adam Mickiewz, Les Aïeux. Mystere en Quatre Actes, en Oevres Poétiques Complète,  traducción de Christien Ostrowski, vol. I París 1859, 160-295; especialmente ilustrativa es la nota 95, pp. 443-447.
[30] A.M. Grenda (edición y traducción), Cuentos populares polacos, Madrid 2012, p. 33.
[31] Adam Mickiewicz, Les premiers siècles de l’histoire de Pologne, París 1868.
[32] Adam Mickiewicz, Les premiers siècles….., p. 1-12
[33] Adam Mickiewicz, Les premiers siècles….., p. 13
[34] Adam Mickiewicz, Les premiers siècles….., p. 13-14.
[35] Adam Mickiewicz, Les Slaves, París 1914, 213 ss.
[36] Adam Mickiewicz, Les Slaves, París 1914, 215-216.
[37] M. Baár, op.cit., p. 285.
[38] A. Walicki, Russia, Poland and Universal Regeneration: Studies in Russian and Polish Thought of Romantic Epoch, Notre Dame,1991, p. 11; citado por M. Baár, op.cit., p. 285, n. 125.